domingo, 29 de noviembre de 2015

Exposición en el Museo del Prado, Madrid

Ingres: la imagen que fluye

Napoleón I en el trono imperial (1806). 
Óleo sobre lienzo, 259 x 162 cm. Musée du Louvre, en depósito en el Musée de l'Armée, París.

Es ésta una exposición de esas “para no perdérsela”… La primera muestra monográfica en España de Jean-Auguste Dominique Ingres (1780-1867), uno de los nombres más ilustres de la tradición pictórica europea, y de quien no hay obras en las colecciones públicas españolas. Un gran pintor del siglo diecinueve, durante mucho tiempo caracterizado con términos erráticos, y contradictorios entre sí: de “clásico romántico” a “romántico del clasicismo”, pasando por la fórmula propagandística de “la reacción antirromántica”. Pero que en los últimos tiempos ha ido recibiendo la atención que se merece, como uno de los vínculos centrales entre tradición y modernidad, entre clasicismo y apertura a los nuevos tiempos. Un indicio de su importancia y actualidad es la estima y atención hacia su obra que tuvieron tanto Pablo Picasso como Marcel Duchamp. E igualmente muchos otros nombres de gran relieve de la vanguardia artística.

Gran Odalisca (1814). 
Óleo sobre lienzo, 91 x 162 cm. Musée du Louvre, París.

El Museo del Prado ha conseguido reunir para la ocasión un conjunto excepcional de 70 obras, 42 pinturas y 28 dibujos, todas ellas de primerísima calidad. La mayoría de las mismas permanecerán a lo largo de todo el tiempo de presentación de la muestra, aunque algunos dibujos, provenientes del Museo del Louvre, que aporta el mayor número de préstamos y con piezas destacadísimas, habrán de ser sustituidos pasado un tiempo a causa de los criterios de ese Museo sobre el cuidado y conservación de los mismos. Las colecciones del Louvre proporcionan la base de la propuesta, pero la exposición se completa con préstamos, también de gran importancia, de otros museos e instituciones de Francia, Bélgica, Italia, Inglaterra y Estados Unidos, todos ellos de primer rango.
El esfuerzo realizado ha merecido la pena, porque permite tener una visión completa y coherente de este artista diferente, que en sus inicios comenzó rebelándose contra las prescripciones academicistas para, sin olvidarse de la tradición, abrirse a los nuevos espacios de la mirada y la representación, prestando atención a la fotografía y al nuevo ámbito público que la imagen fue adquiriendo a lo largo del siglo diecinueve.

Ruggiero liberando a Angélica (1819). 
Óleo sobre lienzo, 147 x 190 cm. Musée du Louvre, París.

La muestra se presenta con un itinerario cronológico, organizado en once salas en las que se entrelazan dibujos y pinturas. Este punto es central para comprender bien el proceso artístico de Ingres. En él, la pintura fluye a partir del dibujo, que ejecuta siempre con una gran maestría, dibujando por ejemplo cuerpos desnudos para pintarlos después vestidos, no sólo con la mayor corrección anatómica, sino sobre todo acentuando su fuerza expresiva. Algo que remite a Rafael, y también, aunque más lejanamente, a Leonardo da Vinci. Las referencias al mundo y a los mitos de la Antigüedad: Grecia, Roma, así como a la literatura (Dante, Ariosto) y al arte de Italia, una de sus grandes pasiones, son una constante. Lo que impresiona en esa temática es la forma en que Ingres consigue dar nueva vida a las imágenes y relatos del pasado, que en sus dibujos y pinturas dialogan vivos, como desde el presente,  con nuestra mirada.

La condesa de Haussonville (1845). 
Óleo sobre lienzo, 131.8 x 92.1 cm. The Frick Collection, Nueva York.

Despierta también asombro y admiración la intensidad de sus retratos. De la pompa y artificio del poder, con la exaltación de Napoleón adornado con atributos mayestáticos imaginarios para así legitimar su identificación con “la gran Francia”, a la penetración en la interioridad y el carácter de un conjunto de personajes burgueses, dándoles así elevación y rango. Consumado violinista, el ritmo musical, el dinamismo, se desliza en todo momento en sus dibujos y pinturas: formas y figuras parecen estar en movimiento. De un modo destacado, en los retratos de mujeres, en muchos de los cuales juega con espejos, estableciendo un contraste entre fondo y forma por medio de la gradación lumínica y cromática. Formas y figuras se atenúan en el reflejo y se intensifican en el primer plano de la representación.

El baño turco (1859-1863). 
Óleo sobre lienzo, 108 cm diám. Musée du Louvre, París.

Y otro aspecto que deslumbra por su intensidad es la forma en que trata el desnudo femenino, dándole a los cuerpos y la carnalidad una fuerza vital que nos convierte casi de manera inmediata en “mirones” (“voyeurs”), abriendo así una línea profusamente recorrida después por el arte. Las imágenes femeninas en el baño turco, en la liberación de Angélica por Ruggiero y, de un modo especialmente intenso, en la gran Odalisca son ya, sin duda, eslabones decisivos en la representación y en la mirada, artística y pública, del presente y del tiempo que vendrá. Ingres, la imagen que fluye: dibujo, pintura, visualización, mirada.


* Ingres; Museo del Prado, Madrid. Comisario: Vicent Pomarède, Comisario institucional: Carlos G. Navarro. Hasta el 27 de marzo de 2016. 

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1.210, 28 de noviembre de 2015, pp. 18-19.

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