viernes, 3 de octubre de 2014

La Colección Abelló en CentroCentro Cibeles, Madrid

Celebración de la pintura


Coleccionar es una pasión, una voluntad de fijar el tiempo que pasa, de intentar dar permanencia a experiencias de plenitud a través de objetos, imágenes, signos. Coleccionar obras de arte supone situar esa pasión en un ámbito de transcendencia pública, pues precisamente el paso del tiempo acaba fijando el valor de las obras como patrimonio cultural. El coleccionismo privado no está al alcance de cualquiera, pues desde los inicios de la circulación mercantil de las obras de arte hasta hoy mismo, si se trata de piezas de valor o relieve reconocidos, éstas presentan un coste muy elevado.

Fernando Yáñez de Almedina: Salvator Mundi entre San Pedro y San Juan (c. 1506-1507). 
Óleo sobre tabla, 75 x 62 cm.

Sin embargo, por el paso ya señalado de las obras a patrimonio cultural cuando el tiempo contrasta y fija su valor, el destino de las colecciones privadas acaba siendo inevitablemente público. Por dos vías: la dispersión de la colección, tras el fin de la vida del propietario coleccionista, o por la transmisión o donación a instituciones artísticas, fundamentalmente los museos.

José de Ribera: El olfato (c. 1615). 
Óleo sobre lienzo, 114,8 x 88,3 cm.

He recordado ya en otras ocasiones la historia que relata Mario Praz sobre el Cardenal Mazarino (1602-1661), gran coleccionista de arte, quien enfermo y débil, casi sin poder ya sostenerse, le dice a un aristócrata amigo que le acompaña: "Vea, amigo mío, ese bello cuadro de Correggio, y aquella Venus de Tiziano y aquel incomparable Diluvio de Carracci... ¡Ah, mi pobre amigo, hay que dejar todo esto! ¡Adiós, queridos cuadros que tanto he amado y que tanto me han costado!"

Edgar Degas: Después del baño [La Sortie du bain] (c. 1895). 
Carboncillo y pastel s. hojas de papel unidas, 52,5 x 52,8 cm. 

Planteo todas estas consideraciones previas para subrayar la lucidez  y generosidad de Juan Abelló y Anna Gamazo al permitir que su colección se muestre, por primera vez de forma conjunta, en un espacio público. Se presentan 162 obras: pinturas sobre diversos soportes, dibujos, y una única escultura, una escultura en piedra de Amedeo Modigliani: Cabeza (c. 1911-1912), de una gran fuerza expresiva.

Amedeo Modigliani: El violonchelista (1909). 
Óleo sobre lienzo, 73 x 60 cm.

Recorriendo la exposición, uno tiene la sensación de estar visitando, anticipadamente, lo que acabará siendo un museo. Y de una gran coherencia y entidad: las obras reunidas van del siglo XV al siglo XX. El eje de atención es la pintura: desde las tablas religiosas hasta la pintura de nuestro tiempo, pero dando la debida consideración e importancia al dibujo, laboratorio y concepción previos de la expresión pictórica.

Amedeo Modigliani: Retrato de Constantin Brancusi [Reverso de El violonchelista] (1909). 
Óleo sobre lienzo, 73 x 60 cm.

El comisario de la muestra, Felipe Garín, ha articulado un excelente recorrido, no estrictamente cronológico, en cinco secciones: Madrid, villa y corte; Del Gótico al Humanismo; Cuando el hombre convierte la naturaleza en arte; Las Vedute, Goya y su mundo y De la impresión a la ruptura. Con un montaje limpio y sobrio, el visitante tiene ante sus ojos una síntesis de la historia de la pintura europea, sintiéndose una vez y otra sorprendido no ya por los nombres, sino por la extraordinaria calidad de las obras que van ofreciéndose a su mirada.
Enumerar aquí títulos o nombres, de obras o de artistas, no tiene mucho sentido: lo decisivo es el conjunto, de una calidad excepcional. Y en él, las sensibilidades más diversas tendrán el más amplio espectro para poder elegir aquello que más les conmueve y enriquece. En definitiva, no se la pierdan.



* Colección Abelló; comisario: Felipe Garín; CentroCentro Cibeles, Madrid, del 2 de octubre de 2014 al 1 de marzo de 2015. 

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