Sigo recordándolo
como si hubiera pasado ayer, porque marcó definitivamente mi vida. Acababa de
cumplir quince años, trabajaba para poder estudiar desde hacía justamente un
año, y tras terminar lo que entonces se llamaba 'bachillerato elemental' tenía
que decidir mi opción: ciencias o letras, para lo que venía a continuación, el
'bachillerato superior'.
Entonces cayó en mis manos un libro que, claro está, sigo conservando. En él, tres diálogos de Platón: Banquete, Fedón y Fedro (Guadarrama, Madrid, 1969), en una edición limpia y hermosa de Luis Gil. Creo que leí los tres diálogos cinco o seis veces a lo largo del verano. Los conceptos, las categorías, la unión indisoluble de belleza, verdad y bien, a la que se accedía subiendo por la escala de eros, fijó el horizonte de mi sensibilidad y de mis aspiraciones. Filosofía: amor al saber, otra forma de estar en el mundo.
Entonces cayó en mis manos un libro que, claro está, sigo conservando. En él, tres diálogos de Platón: Banquete, Fedón y Fedro (Guadarrama, Madrid, 1969), en una edición limpia y hermosa de Luis Gil. Creo que leí los tres diálogos cinco o seis veces a lo largo del verano. Los conceptos, las categorías, la unión indisoluble de belleza, verdad y bien, a la que se accedía subiendo por la escala de eros, fijó el horizonte de mi sensibilidad y de mis aspiraciones. Filosofía: amor al saber, otra forma de estar en el mundo.
* PUBLICADO el 25 de julio en "De repente, AQUEL VERANO", serie editada por Bea Espejo en EL CULTURAL.es
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