lunes, 29 de julio de 2013

Un verano con Platón

 
 
 
 
Sigo recordándolo como si hubiera pasado ayer, porque marcó definitivamente mi vida. Acababa de cumplir quince años, trabajaba para poder estudiar desde hacía justamente un año, y tras terminar lo que entonces se llamaba 'bachillerato elemental' tenía que decidir mi opción: ciencias o letras, para lo que venía a continuación, el 'bachillerato superior'.

Entonces cayó en mis manos un libro que, claro está, sigo conservando. En él, tres diálogos de Platón: Banquete, Fedón y Fedro (Guadarrama, Madrid, 1969), en una edición limpia y hermosa de Luis Gil. Creo que leí los tres diálogos cinco o seis veces a lo largo del verano. Los conceptos, las categorías, la unión indisoluble de belleza, verdad y bien, a la que se accedía subiendo por la escala de eros, fijó el horizonte de mi sensibilidad y de mis aspiraciones. Filosofía: amor al saber, otra forma de estar en el mundo.
 
 
* PUBLICADO el 25 de julio en "De repente, AQUEL VERANO", serie editada por Bea Espejo en EL CULTURAL.es

jueves, 25 de julio de 2013

Exposición en el Centro Pompidou, París


El bosque de imágenes

 
Una de las exposiciones de mayor interés en Europa durante el verano es la que el Centro Pompidou dedica al gran artista pop Roy Lichtenstein (1923-1997). Con un orden cronológico, en un montaje limpio y accesible, se presentan más de cien obras: dibujos, pinturas, esculturas, grabados y cerámicas. Desde sus inicios a comienzos de los años cincuenta, pasando por su primera obra pop: Mira Mickey (1961), en la que el Pato Donald habla con Mickey Mouse, hasta las pinturas y esculturas en diálogo con China de 1996-1997, ya al final de su vida, podemos recorrer una completísima selección del itinerario creativo de Lichtenstein.
 
Mira Mickey [Look Mickey] (1961).
Óleo sobre lienzo, 121,9 x 175,3 cm. National Gallery of Art, Washington.
 
En ese recorrido, algo que salta de modo inmediato a la vista es el carácter propio, personal, del estilo de Lichtenstein. Sus obras mantienen un sello formal continuo, desde los años sesenta hasta el final, que las hace distintas y reconocibles. Pocos artistas de nuestro tiempo han sido capaces de alcanzar de modo tan intenso un signo personal en sus obras, algo que resulta más curioso si pensamos que Lichtenstein, como los demás artistas pop, desarrolla su trabajo a partir de las imágenes masivas: comunes, compartidas, de la cultura de masas. Su originalidad no está en los materiales, sino en su forma de apropiación.
 
Hot Dog (1964).
Porcelana esmaltada sobre acero, 61,2 x 122,2 cm. Centro Pompidou, París.
 
Lichtenstein aísla, corta, cambia de contexto la imagen mediática, e introduce además en sus piezas un tratamiento frío y esquemático, con gamas cromáticas atenuadas, puntos y granulaciones, que permiten apreciar aquello que en el intenso bombardeo icónico de cada día apenas podemos percibir: su carácter de simulacro. En una entrevista de 1981, Lichtenstein indicaba que le gustaba dibujar como los diseñadores industriales, convirtiendo la imagen en "un esquema, en un diagrama". En el trasfondo de esa actitud, hay una consciencia y una voluntad críticas: se trata de desvelar, como él mismo subraya, el carácter "irreal" de lo que normalmente se toma como real. La imagen mediática impone su carácter esquemático en todo lo que vemos, haciendo pasar lo que es simulacro, derivación, como realidad inmediata e inapelable.
 
Joven ahogándose [Drowning Girl] (1963).
Óleo y magna sobre lienzo, 171,6 x 169,5 cm. The MoMA, Nueva York.
 
En su mirada al mundo superpoblado de imágenes que nos rodea, Lichtenstein introduce un distanciamiento, un corte de lo que habitualmente nos llega como un continuo en forma de imposición. En los años sesenta, hacía notar que el interés de los artistas pop estaba centrado en las características más cínicas y amenazantes de nuestra cultura, "en esas cosas que detestamos, pero que tienen también la fuerza de imponerse sobre nosotros". En su obra, las imágenes publicitarias pierden su impronta autoritaria y de caliente excitación, adquiriendo una desnudez fría, despojada: se convierten en formas flotantes. Con los dibujos animados o las viñetas de cómic, cortados y descontextualizados de su flujo narrativo, magnificados de escala, nos lleva a una especie de espejo plástico, entreverado de nostalgia, en el que destella la incertidumbre y la soledad, pero también las emociones y afectos que siguen siendo centrales en la existencia humana en nuestras sociedades de masas.
 
Bodegón a partir de Picasso [Still Life after Picasso] (1964).
Magna sobre plexiglás, 121,9 x 152,4 cm. Cololection of Barbara Bertozzi Castelli.
 
Otro aspecto a destacar es su apropiación de las imágenes ya dadas, preexistentes, de obras artísticas. Monet, Matisse, Mondrian, Brancusi, Fernand Léger, Picasso, o el expresionismo alemán, al que dedica su exposición paralela la Galería Gagosian. Aquí opera plenamente la consciencia de lo que supone vivir en la era de la reproducción técnica de la imagen. Lichtenstein señaló que él siempre partía no de las obras originales, sino de reproducciones. Una forma de indicar que todo lo que vemos, a través de los canales mediáticos, "es de segunda o tercera mano". Se trata, en definitiva, de desvelar los mecanismos de encubrimiento y deformación que se apoderan de nuestra visión. De intentar aprender a ver, parafraseando a Baudelaire, en este bosque de imágenes.

 

* Roy Lichtenstein, comisaria: Camille Morineau; Centro Pompidou, París, 3 de julio – 4 de noviembre de 2013.
  Lichtenstein: Expressionism (1992); Gagosian Gallery, París, 1 de julio - 12 de octubre de 2013.
 
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1102, 20 de julio de 2013, pg. 24.

lunes, 15 de julio de 2013

Exposiciones de Manolo Laguillo en Madrid


Cicatrices urbanas

 
Desde que se produjeran las importantes transformaciones en el mundo moderno que dieron lugar a la formación de las grandes ciudades, a partir de la segunda mitad del siglo diecinueve, éstas se convirtieron en el escenario central de la vida de los seres humanos. Todo lo que se considera decisivo, relevante, pasa en ellas, en las ciudades. Y resulta curioso advertir, porque no siempre se tiene del todo en cuenta, que el crecimiento y desarrollo de las grandes urbes discurre en paralelo a uno de los más intensos registros plásticos de nuestro tiempo: la fotografía.
Dos magníficas exposiciones de fotografías de Manolo Laguillo (Madrid, 1953), enmarcadas en la programación de este año de PhotoEspaña, plantean una visión en profundidad de las contradicciones y problemas que conlleva el incontrolable crecimiento urbano, por sus propias características subyacentes: en él resulta determinante el interés económico, la búsqueda lo más inmediata posible del beneficio. La vida de las personas queda al margen. Catedrático de Fotografía en la Facultad de Bellas Artes de Barcelona, Laguillo ha desarrollado su trayectoria creativa como fotógrafo, desde la segunda mitad de los setenta hasta la actualidad, atendiendo a este tipo de cuestiones.
 
Manolo Laguillo: Berlín (1992).
 
Y esto es lo que podemos advertir en sus fotografías: desgarramientos urbanos, extrarradios desolados, pretenciosos y agobiantes edificios-colmena. En definitiva, las cicatrices de los cuerpos de las ciudades, producidas por la imposibilidad de introducir siquiera un mínimo control de sus derivas, a pesar de los planes urbanísticos y de los proyectos institucionales de ciudad. Obviamente, esas cicatrices se transfieren del cuerpo de las  ciudades a sus habitantes. Y pienso que aquí se sitúa uno de los registros de mayor interés del trabajo de Laguillo: en sus fotografías las figuras humanas están ausentes o tienen una presencia sumamente mitigada. Los edificios, solitarios o en aglomeración, son como huellas gigantescas de una ausencia. Parecen vivir por sí mismos, como si hubieran caído en la tierra desde el cielo.
 
Manolo Laguillo: Madrid (Las Afueras) (1992-1993).

A estas alturas, estamos desde luego muy lejos del sentido de sorpresa y maravilla que la ciudad pudo despertar en sus primeros habitantes, y que quizás se mantuvo, al menos en parte, hasta los años treinta del pasado siglo veinte. Aunque a la vez también produjera vértigo, sensación de pérdida y extravío, Baudelaire pudo reivindicar en el caminante desocupado que vaga sin rumbo fijo por las calles el encuentro inesperado de lo maravilloso, a partir del cual se hace factible la nueva poesía de los tiempos modernos. Un registro que dura y se prolonga al menos hasta el surrealismo. Pero después todo cambia. Y ya en su Calle de dirección única (1928), Walter Benjamin llamó la atención sobre el inevitable crecimiento de la confusión y la ambigüedad en las ciudades: "Con la ciudad ocurre lo mismo que con todas las cosas sometidas a un proceso irresistible de mezcla y contaminación: pierden su expresión esencial y lo ambiguo pasa a ocupar en ellas el lugar de lo auténtico."

 
Manolo Laguillo: Madrid (1992).
 
La referencia a Benjamin es relevante como vía de acceso a lo que Manolo Laguillo plantea en sus fotografías, y no en vano se ha elegido como título de una de sus dos exposiciones que comento el del libro que acabo de mencionar. Con formación filosófica y germanística, Laguillo obtuvo en 1986 su grado de licenciatura en filosofía con un trabajo sobre Walter Benjamin. Si en el pensador alemán podemos encontrar una de las más tempranas y profundas elaboraciones filosóficas sobre la técnica moderna, esta cuestión se convierte igualmente en uno de los puntos de máxima atención para Laguillo. En un interesante texto recogido en el catálogo de la exposición del Museo ICO, señala la importancia que los aspectos y dispositivos técnicos tienen en el trabajo del fotógrafo. Pero indica, también, cómo los problemas técnicos son "la fachada" tras la que se ocultan otros asuntos.
Y se desvela así lo que constituye el referente último de su intención, de lo que él busca, más allá de lo que impone y restringe la técnica, en su trabajo fotográfico: "Que lo que aparece, lo encuadrado, el campo, aluda y remita a lo que no aparece, el contracampo, lo invisible." Por eso los amontonamientos urbanos, las ruinas, las heridas, las cicatrices de la ciudad, que en sus fotografías parecen extraños aerolitos venidos de otro mundo, nos hablan sin embargo de nosotros, los ausentes. Las fotografías urbanas de Manolo Laguillo son ecos y reverberaciones de la imagen. Alusiones desdobladas a lo que el ritmo frenético de la vida no nos permite advertir. Aunque, sin embargo, está ahí. Y configura el corazón de nuestras tinieblas urbanas.


* Manolo Laguillo. Razón y ciudad, comisario: Valentín Roma; Museo ICO, Madrid, 21 de junio – 15 de septiembre de 2013.

  Manolo Laguillo. Calle de dirección única (1992); Galería Casa sin fin, Madrid, 25 de junio - 7 de septiembre de 2013.

 
PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1100, 6 de julio de 2013, pg. 19.