domingo, 17 de marzo de 2013

Exposición de Mitsuo Miura

Columnas imaginarias

Tengo que confesar mi aprecio de siempre por la obra extremadamente sutil, y a la vez rotunda, de Mitso Miura (Iwate, Japón, 1946). Este querido artista, nacido en Japón pero habitante en España desde 1966, ha sabido ir desplegando a lo largo de su trayectoria toda una serie de plasmaciones sobre el significado de la visión. Utilizando los más diversos soportes: pintura, escultura, fotografía…, las obras de Miura articulan en todo momento un diálogo entre la naturaleza y los ámbitos y objetos producidos por los seres humanos y la experiencia interior. De este modo, la imaginación y la memoria son, en realidad, los verdaderos soportes de su trabajo, los que convierten las formas geométricas y las reverberaciones del color en signos del inevitable paso del tiempo, de la vida que fluye.

Mitsuo Miura ante una de las piezas de su instalación.

Memorias imaginadas es, precisamente, el título que Miura ha elegido para su instalación en el Palacio de Cristal, una de las mejores intervenciones que recuerdo en un contenedor especialmente difícil por sus características arquitectónicas y el entorno exterior del Parque del Retiro. Miura ha dispuesto un conjunto de discos de madera prensada, pintados de colores suaves, desvaídos, sobre el suelo y, sobre ellos, en distintos planos elevados, en una prolongación en el mismo plano vertical de los que están en el suelo, otros discos idénticos que están suspendidos desde el techo. El espacio que separa los discos de de abajo de los de arriba es un espacio materialmente vacío, pero mental y espiritualmente pleno de recuerdos y experiencias, los que, dice el propio Miura, él ha ido acumulando en su relación con el Palacio de Cristal a lo largo del tiempo.

Memorias imaginadas (2013). Vista de la instalación.
Fotografía: Joaquín Cortés/Román Lores.

En lugar de la monumentalidad, la acotación, o el cierre del ámbito arquitectónico del Palacio, lo que Miura ha buscado es convertirlo en un ámbito abierto de visión. Algo que se subraya con el otro componente de su intervención: una serie de franjas rectangulares de color azul pálido situadas en el zócalo del edificio, con las que se busca establecer una comunicación entre dentro y fuera. Los muros de cristal del Palacio permiten establecer una conversación entre las columnas inmateriales formadas por los discos en el interior y los árboles y espacios ajardinados del exterior. Y, sobre todo, las variaciones de la luz natural actúan desde fuera, produciendo modificaciones en los colores de los discos y proyecciones de sombras, lo que da un carácter dinámico, de vida y movimiento, a todas las piezas, que parecen moverse y deslizarse en el interior siguiendo el ritmo de una música silenciosa.

Memorias imaginadas (2013). Vista de la instalación.
Fotografía: Joaquín Cortés/Román Lores.

Mitsuo Miura ha levantado en el Palacio de Cristal un bosque de columnas invisibles, un bosque interior con el que persigue recuperar, que cada uno de nosotros recuperemos, cosas olvidadas en distintas circunstancias y ocasiones. Eso significa para él construir, dar forma a una propuesta artística. Las formas geométricas: discos y rectángulos, los colores, actúan como espirales de los surcos de la memoria. La tonalidad suave, desvaída, de los colores de los discos responde, a la vez, a ese anclaje de acontecimientos que ya pasaron y a un giro de humor, de ironía, en la comparación entre lo que fue y lo que es, entre las experiencias del pasado y las del presente.
Cuando visité el Palacio, en compañía del artista, estaba lleno de personas: familias, niños, que caminaban de un lado a otro a través de las columnas invisibles y que, en algún caso, tendían a sentarse en los discos dispuestos sobre el suelo, lo que producía no poca inquietud entre las personas encargadas de la seguridad. Pero precisamente en ello me pareció advertir uno de los aspectos de mayor interés de esta ejemplar propuesta artística. Sus piezas son asumidas con naturalidad por los visitantes como un ámbito de interacción. En su conjunto, la instalación de Mitsuo Miura crea un ámbito introspectivo y abierto, un espacio de relajación, de meditación. Ojalá el arte pudiera, y supiera, establecer siempre un grado tan alto de cercanía con los públicos, con las personas. Porque es a ellos a quienes va dirigido.  

* Mitsuo Miura: Memorias imaginadas. Coordinación, Soledad Liaño. Palacio de Cristal, Museo Reina Sofía, Madrid, del 14 de marzo al 2 de septiembre de 2013.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1084, 16 de marzo de 2013, p. 19.



martes, 5 de marzo de 2013

Exposición de Esther Pizarro



Vivir, hoy, en la ciudad 


La mayoría de los seres humanos viven hoy, o mejor: vivimos, en ciudades. Esas grandes aglomeraciones urbanas, construidas como complejos mecanismos destinados a facilitar la organización del trabajo y los procesos de producción de mercancías, el transporte y el intercambio comercial, así como la prestación de servicios y la organización del tiempo de ocio, constituyen hoy el escenario casi único y homogéneo de nuestras vidas. Bastante atrás en el tiempo, y relegadas a un muy segundo plano las que aún quedan, se sitúan las comunidades rurales, con sus ritmos de vida articulados por el paso de las estaciones, el cultivo de la tierra y la ganadería de pequeña escala, y la duración natural de las jornadas de trabajo.
Es en Charles Baudalaire donde podemos encontrar la consciencia más temprana y profunda de lo que suponía ese nuevo escenario de la vida en el plano de la experiencia estética y las artes. La vida en la ciudad suponía el agotamiento de las temáticas tradicionales basadas en la exaltación mítica, religiosa, heroica o histórica. Lo feo y lo abyecto, pero también lo maravilloso, como nos hizo comprender Baudelaire, salen al encuentro de nuestra mirada, del paseante que transita sin un objetivo práctico concreto por las calles de la ciudad y que, si es poeta o artista, sabrá transformar en materiales de obras artísticas específicamente modernas.
Hoy, a algo más de un siglo y medio de distancia de esas consideraciones seminales de Baudelaire, el paseante desocupado en la ciudad es prácticamente una reliquia del pasado. Las ciudades han crecido hasta la desmesura, y el tejido urbano muestra todas las cicatrices, subterráneas y en superficie, que  el monstruoso tráfico de vehículos y las rutas de transporte imponen sobre las vidas de los ciudadanos. A cuestionar la imagen de estas ciudades, de complejo perfil, de inaprehensible entramado, dedica su intensa y hermosa exposición Esther Pizarro (Madrid, 1967), quien desde los inicios de su trayectoria artística ha venido prestando una atención continua a lo que significa, hoy, vivir en las ciudades.


Nudo vial, 01-04.
Fieltro, hilo, 60 x 70 cm. c. / u.

El hilo conductor de su trabajo ha sido siempre la relación entre vida y experiencia y el trazado de los mapas urbanos. Y este acento en lo humano, en lo antropológico, se ilustra con el recorrido retrospectivo de sus obras que se presenta ahora en Fuenlabrada, en la muestra Derivas de ciudad, cartografías imposibles. Esther Pizarro convierte los mapas, las cartografías, de las ciudades donde ha vivido: Los Ángeles, Roma, París, en relieves escultóricos, en esculturas que en su trazado ascienden y descienden, desvelando así ante nuestra mirada la superposición de niveles que articula la ciudad y su consiguiente reverberación en nuestra sensibilidad y en nuestra mente. Las estanterías de nuestras casas se convierten en huellas de los asentamientos que agrietan la ciudad. Un polígono abierto, construido en hierro y con el trazado urbano inscrito en el fieltro que recubre su interior, se transforma en la celda dual de la que entramos y salimos cada día. Fieltro, material que intensifica la energía, y que actúa como soporte y vehículo de los relieves psicogeográficos: proyecciones psíquicas de trazados urbanos, o de los hermosos, geométricos, no figurativos, nudos viales. La ciudad es nuestro espejo.

Mapas de movilidad. Patronando Madrid.
Aluminio, goma elástica, varilla roscada, 600 x 400 x 150 cm.

Mapas de movilidad. Patronando Madrid.
Vista desde arriba.

Todo ese proceso escultórico conduce a Patronando Madrid, la gran pieza realizada expresamente para esta exposición. En lugar de partir de un mapa "objetivo", Esther Pizarro ha tomado como referencias las geografías cotidianas de una serie anónima de ciudadanos en el área metropolitana de Madrid que, en un desdoblamiento de su imagen: frente y perfil, muestran en su interior, como mapas, el flujo de sus desplazamientos. La suma y síntesis de todos ellos permite la construcción de un gran mapa irreal, una imponente escultura de gran formato, suspendida en altura sobre la sala, y que nos permite así ver desde abajo una cartografía que habitualmente vemos en superficie o desde arriba. Las raíces, los rizomas, de los flujos urbanos, con su carácter a la vez orgánico y caótico, se ofrecen así en una nueva dimensión a nuestra mirada. En la obra, de una hermosísima resolución plástica: un entramado laberíntico de líneas metálicas, resuena la concepción situacionista de la deriva urbana como técnica de paso a través de ambientes variados y como ejercicio continuado de dicha experiencia. Del deambular urbano a la deriva, vamos y venimos por esas líneas laberínticas que las ciudades inscriben, marcan y modulan, en nuestras vidas.


* Esther Pizarro: Derivas de ciudad, cartografías imposibles. Comisaria, Tania Pardo. CEART, Fuenlabrada, Madrid, del 31 de enero al 14 de abril de 2013.


PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1082, 2 de marzo de 2013, pp. 22-23.