martes, 19 de febrero de 2013

Eugenio Trías:


La filosofía del límite, 2


¿Dónde se ubica la filosofía, a la vez género literario y disciplina del pensamiento, en esta época de cambio profundo y acelerado de los modos de vida y experiencia? Si quieren encontrar algunas claves profundas en respuesta a esa cuestión recorran la obra de Eugenio Trías, una de las voces filosóficas más sólidas y originales de nuestro tiempo. Cuando la aventura de su vida, jugando a la paráfrasis con el título de uno de sus libros, acaba, tristemente, de llegar a su final, la fuerza y profundidad de su pensamiento se abre al destello de lo que constituye un patrimonio de cultura imprescindible. La palabra que interroga. ¿Quiénes somos? ¿De dónde brota y adónde arriba la experiencia humana del mundo?
Desde su primer libro: La filosofía y su sombra (1969), Eugenio Trías fue construyendo una obra regida por la coherencia, por la continuidad de la búsqueda, en la que lo no dicho, lo subyacente, lo no explícito, se hace fluir a través del pensar-decir, su manera de traducir a nuestra lengua lo que los primeros filósofos, los griegos de la antigüedad, llamaban lógos. La dimensión arqueológica de las ideas, en una estela que tiene sus claves de referencia principales en Nietzsche, Heidegger y Foucault, propicia en sus libros una irradiación de las cuestiones, una mirada que asume la complejidad en espiral de lo que la filosofía va sacando a la luz. En ese itinerario, Platón resulta crucial, pero en Trías a Platón se le da la vuelta: no sólo se sube al cielo de las ideas, sino que también se desciende por debajo de las sombras y la oscuridad de la caverna para intentar percibir dónde se pueden fijar los límites del mundo. Y en ese proceso destacan también, como interlocutores principales, Aristóteles, Kant y Hegel.


Como ha sucedido siempre con los grandes filósofos a lo largo de la historia del pensamiento, en la obra de Eugenio Trías se recoge, sintetiza y remansa la entera historia de la filosofía. Para ir más allá. Para mantener viva la interrogación. Un aspecto destacable de ella es su voluntad de estilo, la intensidad y claridad de su construcción literaria. El estilo de Trías está impulsado  por lo que podríamos llamar el principio de variación, una dimensión en la que actúan dos de sus grandes pasiones: la música y el cine. Del cine se toma sobre todo el procedimiento de montaje para así construir de forma articulada la secuencia del pensamiento que fluye. De la música, la introducción de un tema expresivo y conceptual, que progresivamente se va contrastando, enriqueciendo, invirtiendo, en una serie abierta de variaciones que nos permite apreciar y comprender que las ideas no tienen una modulación de dirección única.
La realidad, las cosas, nos hace ver Trías, no son reductibles a un único plano. Por debajo de toda teoría filosófica se encuentra algo no dicho que instaura su sentido. Junto a todo "transcendental" filosófico: verdad, bien, belleza, se advierte la presencia de su inversión abismal. Y, lo más importante: la construcción de una ontología es una tarea circular en la que, desde el sujeto, tenemos la experiencia del límite, pero a la vez esa experiencia se hace presente como gravitación de lo que está más allá del sujeto, de un plano distinto: el del objeto.
En el despliegue de este planteamiento, la aventura filosófica se concibe como una suerte de itinerario marítimo, una sucesión de “singladuras” que desvelan distintos ámbitos de experiencia o “mundos”, y en la que se trata de determinar el contenido de "lo que aparece". Es decir, por debajo de las dimensiones superficiales o reduccionistas de la apariencia, Trías intenta desvelar una dimensión más profunda en la que se articulan lo mismo y lo otro. Es en esa dimensión, precisamente, donde según él se encuentra el objeto de la filosofía: el límite como límite. La filosofía avanza a través de la experiencia de ese límite, que es también frontera: gozne y bisagra, que une y separa los planos del pensar-decir y del ser.
El comienzo, el punto de apoyo de toda su propuesta, se sitúa en la concepción de una existencia en exilio y éxodo, una existencia cuyo fundamento está quebrado o en falta. De ahí se pasa a la consideración del papel que juegan el límite y la aparición del símbolo, que remite desde la inmanencia a algo que está en otra parte. El atisbo de una ética fronteriza, inspirada por el imperativo de "obrar de tal manera que tu existencia se ajuste a tu propia condición fronteriza", conduce a una reflexión intensa y apasionante sobre la esencia del ser del límite, la muerte, la nada, el tiempo y la teoría de la verdad. Una trabadísima elaboración en cuyo trasfondo destaca un elemento clave, decisivo: ser y límite constituyen lo mismo.
En su atención continua al lenguaje, desde la exigencia del pensamiento y la voluntad de estilo, Eugenio Trías expresaba, a veces con un inevitable acento melancólico, cómo nuestra lengua, el español, no es considerada en nuestro tiempo como una lengua productora de cultura, lo que implica una relegación de nuestra filosofía en la escena internacional. Ojalá esa situación cambie de una vez por todas. En la España de hoy, después de Unamuno, d'Ors y Ortega, se ha producido una importantísima renovación del pensamiento filosófico, en la que precisamente Eugenio Trías ha desempeñado un papel desencadenante. Una renovación que tiene como líneas fundamentales la necesidad de abordar las grandes cuestiones de la vida y de la experiencia, en nuestro tiempo, con el lenguaje y las ideas de nuestro tiempo. Por la fecha de aparición de sus primeros libros, por la riqueza y extensión de su obra, se puede decir que Eugenio Trías abrió el camino de esa renovación que, por su coincidencia con el período histórico que se abre en España tras la muerte del General Franco, ha podido ser caracterizado, en referencia a un conjunto de pensadores que han ido publicando sus obras en los últimos treinta años, como la generación de la democracia.

PUBLICADO EN: ABC (http://www.abc.es/),  Lunes 18 de febrero de 2013, p. 3.




domingo, 17 de febrero de 2013

Exposición de José Manuel Ballester en Madrid

El instante ausente

No se pierdan Bosques de luz, la hermosa exposición de José Manuel Ballester (Madrid, 1960), Premio Nacional de Fotografía 2010. Es magnífica. En ella se presentan 47 fotografías, todas ellas impresiones digitales, en formatos grandes o muy grandes, datadas entre 2005 y 2012. La selección permite revisar los ejes temáticos sobre los que ha girado el trabajo de Ballester en los últimos años. De la serie que llamó "espacios ocultos": reproducciones de obras maestras de la pintura en las que elimina las figuras humanas, llevando así al primer plano los espacios en que éstas se inscriben, a los paisajes urbanos, las construcciones industriales o los paisajes naturales. 

José Manuel Ballester: Última cena (2010).
Fotografía sobre lienzo, 474 x 853 cm.

Lo primero que llama la atención es el acierto del montaje y de la elección de los espacios elegidos para la muestra. Nada más entrar, en el patio de Tabacalera, una reproducción digital enorme (474 x 853 cm.) de La última cena de Leonardo da Vinci, en la que han desaparecido las figuras de Cristo y de todos los apóstoles, fija nuestra mirada en el espejo de algo que conocemos, que ya hemos visto, y que sin embargo se ofrece ahora como enteramente distinto. Según avanzamos, recorriendo las salas, las fotografías, exponentes de la última tecnología digital y en las que vemos imágenes espectrales de escenarios museísticos, industriales y naturales del mundo de hoy: en ninguna de ellas aparecen figuras humanas, adquieren un halo de penumbra, de inevitable ruina inminente, en los espacios sin restaurar de la antigua fábrica de tabaco.
Aunque utiliza como soporte la fotografía, la mirada y la actitud de José Manuel Ballester siguen siendo las de un pintor, que es como inició su trayectoria artística. Resulta curioso apreciar, a través de su trabajo, cómo la impresión digital con la fidelidad casi microscópica en la reproducción del detalle, establece un hilo de continuidad con algunos de los principios estéticos básicos de la pintura clásica, a diferencia del contraste expresivo entre ésta y la fotografía analógica. Las fotografías de Ballester son magistrales en su capacidad de abstracción: el encuadre y la delimitación de los elementos y escenarios elegidos nos lleva a un espacio interior de la representación. No hay, en ningún caso, mera copia de lo que está fuera. Y así, en definitiva, estas reproducciones de fragmentos de lo real, fieles hasta el paroxismo en la fijación del detalle, nos muestran que la abstracción está siempre en la mirada, nunca en las cosas.

José Manuel Ballester: Anochecer en el río Li (2009).
Fotografía sobre papel Kodac rc brillo, 180 x 240 cm.

La luz, a la que se alude con el título de la muestra: con sus giros y modulaciones entre lo natural y lo artificial, así como los espacios: esos ámbitos a través de los cuales fluye la visión, son dos de los componentes fundamentales en la estética de Ballester. Pero hay otro, quizás menos evidente de forma inmediata, aunque en mi opinión más decisivo. Me refiero al tiempo. Uno de los principios básicos en los tratados clásicos de pintura es el que se refiere al instante o momento pregnante como eje de construcción de la obra pictórica. En la medida en que la pintura es una representación "espacial", se entendía que la manera más intensa y expresiva de introducir en ella el tiempo consistía en representar ese punto decisivo del flujo temporal en el que gravitaría el antes y el después. El momento pregnante, pues, como expresión alusiva, indirecta, del tiempo, como síntesis de la temporalidad retenida en la imagen.

José Manuel Ballester: Central Solar 3 (2010).
Fotografía sobre papel Kodac rc brillo, 180 x 243 cm.

En las imágenes digitales de Ballester, de una perfección en la reproducción del detalle que lleva casi al vértigo, el tiempo parece haberse detenido por completo. La eliminación en ellas no sólo de las figuras humanas, sino también de cualquier otra forma de vida animal, genera en nosotros la impresión de estar viendo imágenes situadas fuera del tiempo. Son, desde luego, imágenes en las que nos reconocemos: agregaciones urbanas, máquinas y construcciones industriales, museos y obras de arte como vacías, edificios, paisajes naturales. Pero todas ellas parecen, inevitablemente, ruinas: lo que queda después de la desaparición de los seres vivientes que las habitaron. En ellas parece haberse detenido para siempre la cuenta del tiempo, esa voluntad de medir el flujo de la existencia que nos hace constitutivamente humanos. En esas imágenes lo que destella es la ausencia del instante


* José Manuel Ballester: Bosques de luz. Comisarias, María de Corral y Lorena Martínez de Corral. Tabacalera, Madrid, del 7 de febrero al 28 de abril de 2013.


PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1080, 16 de febrero de 2013, pp. 20-21.



domingo, 10 de febrero de 2013

La filosofía del límite - En memoria de Eugenio Trías

La emoción, y a la vez la tristeza, me embargan por la desaparición de mi querido amigo Eugenio Trías, una de las mentes más lúcidas en este tiempo de penumbras, uno de los filósofos más relevantes en este tiempo en el que la filosofía es más necesaria que nunca. Eugenio supo vivir en el límite de todas las experiencias, y desde ahí construir toda una aventura filosófica vivida como límite entre todas las dimensiones y variantes de la existencia y, desde luego, entre el ser y el no ser. Su persona seguirá siempre viva entre los que le seguimos queriendo. Su pensamiento permanecerá, continuará vivo, y crecerá más allá del límite de este tiempo.



Como homenaje y rememoración, reproduzco aquí el texto de la LAUDATIO, Alabanza Académica, que tuve el honor de pronunciar en el Acto en el que le fue concedido el Doctorado Honoris Causa por la Universidad Autónoma de Madrid el 15 de marzo de 2007.


 LA FILOSOFÍA DEL LÍMITE

Magnífico y Excelentísimo Señor Rector
Excelentísimas e Ilustrísimas Autoridades Académicas
Miembros todos de la comunidad universitaria y científica
Señoras y Señores, Queridas Amigas y Queridos Amigos…

De todas las satisfacciones que puede deparar la vida universitaria, una de las más gratas es la que me toca asumir en estos momentos: glosar ante todos ustedes los méritos intelectuales y académicos que concurren en Eugenio Trías, una de las figuras más destacadas de la filosofía de nuestro tiempo, solicitando así formalmente en esta ceremonia su acogida en el claustro de nuestra Universidad, con la que en tantas ocasiones ha estado ligado en proyectos de todo tipo. 

¿Existe un espacio para el pensamiento filosófico en el mundo actual? ¿Cabe seguir asumiendo radicalmente la tarea de pensar en una cultura, como la nuestra, cada vez más devorada por el vértigo de lo fugaz y lo transitorio? Son cuestiones de gran alcance para todo aquél que sitúe su trabajo en una tradición conceptual que nació hace veintisiete siglos en Grecia. Que no ha dejado en ningún momento de ser uno de los componentes intelectuales básicos de la cultura de Occidente. Pero cuyo fundamento ha dejado hoy, sin embargo de ser evidente o incuestionable. Al menos desde Nietzsche, la filosofía se sabe a sí misma intempestiva o anacrónica. Pero también capaz de buscar, en ese estar fuera del tiempo, una radicación más profunda en el presente, una visión más densa del devenir, del proceso por el que las vidas humanas se integran en un mundo. 

Desde su primer libro: La filosofía y su sombra, publicado en 1969, en el que ya destaca una voluntad expresiva que da a su escritura una gran calidad literaria a la vez que conceptual, Eugenio Trías ha ido construyendo una obra filosófica en la que ese compromiso con la época se concilia con el aspecto central de toda auténtica filosofía: la formulación de un conjunto de cuestiones y categorías capaces de permitirnos interrogar y establecer hipótesis de interpretación de los diversos planos de la experiencia. En algún sentido, además, por la fecha de aparición de sus primeros libros, Eugenio Trías abrió el camino de lo que se puede considerar ya un importante momento de renovación del pensamiento filosófico en España que, por su coincidencia con el período histórico que se abre en España tras la muerte del General Franco, ha podido ser caracterizado, en referencia a un conjunto de pensadores que han ido publicando sus obras en los últimos treinta años, como la generación de la democracia. 

En esta glosa, forzosamente fragmentaria, de una obra que se desarrolla a través de más de treinta libros publicados, considero útil llamar la atención sobre un texto: Filosofía del futuro, publicado en 1984, que para mí constituye el punto de inflexión que daría paso a la elaboración de los últimos planteamientos filosóficos de Eugenio Trías, los que corresponden a lo que él denomina filosofía del límite, a la que también me referiré después. 

En su Filosofía del futuro, obra de síntesis y de decantación de los diversos motivos conceptuales que habían ido jalonando su ya importante trayectoria filosófica hasta aquel momento, Eugenio Trías propone rescatar a la filosofía de todo oscurecimiento de su dimensión de futuro, de su anclaje en el terreno de lo posible. Es un texto en el que se despliega una propuesta de fundamentación ontológica, que toma como pauta o modelo central la dinámica de lo estético. Su hilo conductor es lo que Trías denomina “principio de variación", que permite entender el proceso de lo real como un eterno retorno de síntesis de lo mismo y lo diferente, de lo uno y lo múltiple. Y cuyo despliegue nos abre a la dimensión de futuro desde la "repetición creadora” tanto de las cuestiones radicales que todo niño se plantea, como de los problemas abiertos por las grandes filosofías. 

De este modo, en el “principio de variación" confluyen a la vez el devenir biográfico de lo humano y sus aspectos diferenciales, sacados a la luz históricamente a través de la reflexión filosófica. En el planteamiento de Eugenio Trías, en su personal "recreación" de las ideas recibidas, inciden, sobre todo, Aristóteles, Kant, Nietzsche y Heidegger. Las "variaciones" van modulándose a través del empleo de la imaginación creativa, gracias a la cual se establece un fructífero paralelo entre el arte y la filosofía. Si en el primer caso, en el del arte, la imaginación creativa se encarna en la singularidad sensible de los símbolos artísticos, en el segundo, en el de la filosofía, se expresa en el carácter ideal de las ideas filosóficas. Lo decisivo es que en ambos casos tendemos a un mismo horizonte: no el de lo fáctico, sino el del poder ser, el de la posibilidad abierta, física y temporalmente. En conclusión, el dominio cultural o humano aparecería configurado como una síntesis de lo posible y lo fáctico, dinámicamente desplegada sobre el eje de lo temporal y lo histórico. Mientras que la acción moral y la ciencia miran hacia lo fáctico y el presente, el arte y la filosofía nos llevan a lo posible y lo futuro. 

En el entrecruzamiento dialéctico de estos niveles de lo real, y de las disciplinas que sobre ellos se construyen, quedan planteados los fundamentos de una ontología que en ningún caso sucumbe a la glorificación, pseudo-teológica del pasado o de los "principios inmutables" del ser, sino que se concibe a sí misma ante todo como "apuesta" racional, como interrogación abierta hacia lo venidero. Y felizmente catalizadora, por ello mismo, de lo que hay en todo ser humano como movimiento de autorreflexión acerca de su destino, de lo que es y de lo que podría llegar a ser. 

En un libro posterior, La aventura filosófica, publicado en 1987, se profundiza en la fundamentación metodológica del objetivo planteado en Filosofía del futuro y en el libro que le siguió un año después, Los límites del mundo: la construcción de una ontología, de un tratamiento integrador y auto-fundamentador de lo real y sus diversos planos. La aventura filosófica es, en efecto, ante todo un discurso sobre el método, un intento de abrir lo que Trías denomina una "brecha metódica", a través de la cual pudiera determinarse una concepción de la filosofía y de su objeto. 

Una concepción de la filosofía que insiste, y este es un rasgo presente en la obra de Trías desde sus primeros trabajos, en el rechazo de los reduccionismos filosóficos, ya se trate del que se advierte en los metafísicos dogmáticos o del que caracteriza a los distintos positivismos. La realidad, las cosas, no son reductibles a un plano único. Como Trías advierte, por debajo de toda teoría filosófica se encuentra algo no dicho que instaura su sentido, junto a todo "transcendental" filosófico: verdad, bien, belleza, se advierte la presencia de su inversión abismal. Y, lo más importante: la construcción de una ontología es una tarea circular en la que, desde el sujeto, tenemos la experiencia del límite, pero a la vez esa experiencia se hace presente como gravitación de lo que está más allá del sujeto, de un plano distinto: el del objeto. 

La aventura filosófica se concibe como una suerte de itinerario marítimo, una sucesión de “singladuras” que desvelan distintos ámbitos de experiencia o “mundos”, y en la que se trata de determinar el contenido de "lo que aparece". Es decir, por debajo de las dimensiones superficiales o reduccionistas del aparecer, Trías intenta desvelar una dimensión más profunda en la que se articulan mismidad y alteridad. Es en esa dimensión, precisamente, donde según él se encuentra el objeto de la filosofía: el límite como límite. La filosofía avanza a través de la experiencia de ese límite, que es también frontera: gozne y bisagra, que une-y-escinde los planos del pensar-decir y del ser. 

Utiliza Trías la fórmula “pensar-decir" justamente para indicar la fusión indisociable de pensamiento y lenguaje, o, dicho de otra forma, que hay un lugar o lógos que acoge la aparición, en el que se la configura o da forma (como proposición y juicio). Ahora bien, para el sujeto, para un sujeto -puntualiza Trías- que no es “transcendental”, sino que está “sujetado” al límite mismo o frontera, en definitiva, “escindido”, la experiencia del límite no puede dejar de ser trágica. Pues supone tomar consciencia de la paradoja radical que supone el saber filosófico o episteme que se busca, y que se sitúa a partir de la experiencia del límite en cuanto límite. Pero es también, y simultáneamente, una experiencia que incorpora la risa, que funde las voces y las máscaras del trágico y del comediante. 

Es así como, a partir de la experiencia del límite, que para Trías constituye la evidencia metódica, la base firme e inconmovible que da inicio al itinerario filosófico, aunque muy distinta del cogito cartesiano, el sujeto del método se descubre a sí mismo como habitante del intervalo que enlaza el todo espacial y el espacio desgarrado del aparecer. Y así, se advierte a sí mismo como habitante de la frontera, como ser fronterizo. 

En este punto resuena, en la voz filosófica de Eugenio Trías, la presencia y actualización del platonismo. El sujeto habita la frontera entre dos planos o "cercos": el del aparecer y el de lo encerrado en sí, denominados también "cerco terrestre" y "cerco celestial". Pues bien, el "salto" por el que el sujeto fronterizo se constituye como tal brota de una experiencia en que se funden mismidad y alteridad. Del lado del sujeto, se trata de la experiencia pasional, del amor-pasión. Del lado de la “cosa”, se trata de la manifestación de lo bello o lo sublime. Son las dos, ambas dimensiones de “lo mismo”, las que colocan a sujeto y objeto en un “sube-y-baja relativo” al cerco de “este mundo” y del “otro mundo”. 

A partir de esas premisas, es factible proponer diversas “singladuras” en las que se navega la experiencia del límite: la ética, la política, la estética, la verdad y el saber o episteme. Y siempre por medio de diversas aperturas del concepto y la imagen: Platón, Kant, Hegel, Heidegger, Wittgenstein, pero también Calderón, Goethe o Hölderlin. El resultado final, el puerto al que se llega, es la consolidación metódica del desvelamiento de la incógnita de lo que aparece como limite. Es decir, a través de un lenguaje intensamente expresivo, que instaura su propia cadencia y sus sentidos, y en el que todo auténtico filósofo encuentra su “prueba de fuego”, Trías nos conduce al punto terminal al que puede accederse desde el plano del sujeto fronterizo que somos. La tarea que queda entonces abierta es la de intentar hablar desde “el otro" plano, la construcción de una “lógica del límite”. 


Esa tarea se aborda, justamente, en el libro también así llamado, publicado en 1991. De un modo explícito, la Lógica del límite se articula como una "aventura” filosófica a la altura de "nuestro tiempo". Una época que Eugenio Trías caracteriza no sólo como "era del vacío" (postmoderno), sino también del rebrote de los "fundamentalismos religiosos". Una época, por ello, madura para ahondar en una “nueva mitología”. Un planteamiento que aparece aquí en sus primeras formulaciones, pero en el que se profundizará posteriormente sobre todo en La edad del espíritu (1994) y en Pensar la religión (1997). 

En la Lógica del límite, Trías incide en la configuración simbólica del lóqos, del pensar-decir, según los términos por él acuñados, y a partir de ahí en la necesidad de "abrir el diálogo de la religión con el lógos". El libro presenta una arquitectura musical: un preludio y dos sinfonías, con lo que se hace evidente el intento de transferir al lenguaje filosófico la expresividad de la música. Un rasgo definitorio de la escritura de Trías y del que tal vez sólo se puede encontrar un paralelo, en la filosofía contemporánea, en Ernst Bloch, el gran pensador de la utopía. A la vez, es un ejemplo más de la relación profunda, de la unidad de música y filosofía en Eugenio Trías, a la que él mismo se ha referido introspectivamente: “Dos de las grandes pasiones de mi vida han sido la música y la filosofía. Desde siempre he adivinado una afinidad radical entre esas dos formas espirituales aparentemente tan distintas y distantes.” [La generación de la democracia. Nuevo pensamiento filosófico en España; Alianza Editorial-Tecnos, Madrid, 2002, pg. 282]. No es extraño, por ello, que haya elegido ese eje temático para la lección que en breves momentos podremos escuchar. 

Hay, además, una profunda coherencia en la voluntad de unir el destino de la filosofía asentada en el límite, en una dimensión fronteriza, con la música, y también con la arquitectura, a las que Trías caracteriza, a su vez, como artes "fronterizas". Artes que se despliegan en el límite, y hacen posible que el mundo se muestre como un ámbito susceptible de ser habitado. A diferencia, estima Trías de las otras artes, las “apofánticas": la pintura, la escultura, las artes del signo, que revelan en cambio la presencia del habitante del mundo, dándole figura y representación. 

Esta clasificación, o sistema de las artes, constituye lo que Trías llama una estética del límite o lógica sensible. Sobre ella, sobre el suelo de la misma, se sitúa la ontología, centrada también en la noción de límite, que a su vez presenta un carácter simbólico: "El lógos del límite”, afirma Trías, “es el símbolo". Por lo que, en consecuencia, la lógica del límite es, ante todo, “una lógica de las formas simbólicas". Si la confrontación con Hegel marca la pauta del desarrollo de la estética del límite, la construcción de la ontología del límite introduce un giro radical que se sintetiza en el lema "volver a Platón". Un pensador muy presente desde el primer momento en la trayectoria filosófica de Eugenio Trías, pues sobre él se centró ya, en 1964, su Tesis de Licenciatura: Alma y Bien según Platón. 

Asumiendo como punto de partida el agotamiento de la metafísica, Trías señala la unidad de destino entre ésta y la técnica, así como la inviabilidad de las distintas variantes de retorno nostálgico a un lógos pre-platónico. Frente a esa posibilidad, Eugenio Trlas propone otra alternativa: considerar que Platón abrió, a la vez, tanto el camino recorrido luego por la metafísica, como otro apenas transitado, el de una téchne no prometeica, sino hermética, hermenéutica, y que se desarrolla en un espacio fronterizo. 

La unidad de vivos y muertos, cantada por Rainer Maria Rilke en las Elegías de Duino, se reformula desde la ubicación filosófica en el límite, como existencia de tres "ciudades" o "cercos”. Diálogo con la poesía que constituye otra de las constantes del pensamiento de Eugenio Trías, que ya en su primer libro, antes mencionado: La filosofía y su sombra, “corregía” a Heidegger sosteniendo que filosofía y poesía vivían no en montes vecinos, sino en el mismo monte. En la ontología del límite las tres "ciudades" o "cercos” se caracterizan así: en primer lugar, Ia ciudad del aparecer, reino de los vivos y del lenguaje que se habla. En segundo lugar, la ciudad del cerco hermético, el reino del reposo, de aquellos que no hablan, pero de los cuales los vivos pueden hablar. Y, finalmente, la ciudad hermenéutica y simbólica, que expresa la radical comunicación-incomunicación entre lo que aparece (los vivos) y lo que se repliega en sí (los muertos). A este triple “cerco” se accede filosóficamente desde el límite. Que no es, advierte Trías, "lo transcendental" (la cosa que se repliega en sí), ni "categoría" (cuanto del ser puede decirse), sino propiamente el ser en tanto que ser. 

De este modo, la filosofía pulsa el límite de lo no filosófico. Oriente y Occidente se contemplan como complementarios. Y, según Eugenio Trías, el contacto con la religión: con el silencio, símbolo de lo divino se hace posible. Ya que la Lóqica del límite nos sitúa en un nuevo territorio del pensar-declr: el límite “se da lógos, o figura lógico-lingüística, en el símbolo”. 

Ahora bien, estas formulaciones podrían producir el malentendido de una recaída, o desviación, de la filosofía en un nuevo tipo de misticismo espiritualista. Por eso es muy importante tener también en cuenta una última variación, la que Eugenio Trías aborda especialmente en su libro de 1999 La razón fronteriza, en el que su filosofía del límite queda ya definitivamente configurada con la forma de un triángulo cuyos tres vértices estarían constituidos por el ser del límite, el lógos o razón, y las formas simbólicas. 

Trías, eso sí, plantea la necesidad de redefinir el concepto razón intentando, con ello, abrir la vía para una nueva "estación" del pensamiento filosófico, superadora de la encrucijada en la que éste actualmente se debate, entre el agotamiento de los planteamientos que surgieron con la Ilustración y la insuficiencia de las formulaciones posmodernas. Su itinerario culmina en una propuesta de secularización de la razón que, frente a la idea de desconstrucción y sus diversas variantes, asumiría como objetivo una recreación constructiva de las tradiciones filosóficas del pensamiento. 

Estamos, por tanto, ante un intento de regeneración de la filosofía, que busca diseñar un espacio intelectual auténticamente digno de tal nombre. Entendiendo la filosofía en su sentido más profundo, radical, como dialéctica del concepto a solas consigo mismo, sin ningún tipo de apoyadura externa. Así, a través de una cuidadísima serie de modulaciones y transiciones, Trías planta cara al mayor desafío del auténtico filósofo: poner en pie un conjunto de categorías específicas del pensar que permitan formular las grandes cuestiones de la existencia. 



El comienzo, el punto de apoyo de toda su propuesta, se sitúa precisamente en la concepción de una existencia en exilio y éxodo, una existencia cuyo fundamento está quebrado o en falta. De ahí se pasa a la consideración del papel que juegan el límite y la aparición del símbolo, que remite desde la inmanencia a algo que está en otra parte. El atisbo de una ética fronteriza, inspirada por el imperativo de "obrar de tal manera que tu existencia se ajuste a tu propia condición fronteriza", conduce a una reflexión intensa y apasionante sobre la esencia del ser del límite, la muerte, la nada, el tiempo y la teoría de la verdad. Una trabadísima elaboración en cuyo trasfondo destaca un elemento clave, decisivo: ser y límite constituyen lo mismo. 

Estos son tan sólo algunos de los elementos, acordes o compases de una melodía que sigue abierta, para seguir insistiendo en la metáfora musical, que pueden darnos una pequeña idea de la originalidad, coherencia y grandeza de una obra filosófica, la de nuestro querido y admirado amigo, Eugenio Trías. Cuyo compromiso exclusivo con la búsqueda de la verdad, similar en ello al Sócrates de Platón, y su plasmación en una trayectoria académica y de creación filosófica ejemplares, le hacen de sobra merecedor de esta distinción como Doctor Honoris Causa a la que, como los distintos Departamentos y la Junta de Gobierno de nuestra Universidad, a quienes quiero manifestar mi más profundo agradecimiento aprovechando esta solemne ocasión, estoy seguro de que también todos ustedes dispensarán la más cálida acogida.

sábado, 9 de febrero de 2013

La democracia insuficiente - 2


La diseminación del yo


Una de las mayores dificultades para el ejercicio real de la democracia es el debilitamiento creciente de la subjetividad. Como ideal político y social, la democracia moderna, con su vocación universalista distinta por ello de la democracia restringida de la ciudad-estado en la Grecia clásica, demanda sujetos, activos y conscientes, en contraste con los súbditos de las sociedades pre-modernas. La constitución de las masas en los totalitarismos del siglo XX supuso diluir al sujeto en el cristal, repetitivo, de la masa. Como nos hizo comprender Elias Canetti, el yo quedaba diluido en la unidad de la masa convertida en reflejo del conductor único, del "líder". Intenso y eficaz, pero excesivamente tosco, ese procedimiento de articulación de las masas sería sustituido posteriormente por el mucho más sutil y expansivo que conlleva el dominio global, envolvente y repetitivo, de la imagen mediática. Hoy, todo es imagen. Y cada vez más homogénea en todo el planeta. Los poderes se ocultan tras la imagen y gobiernan a través de su intensa potencia persuasiva. De ahí la urgencia, la necesidad moral y política, de una crítica de la imagen global, de avanzar en el refuerzo del yo, en la demanda de constitución de verdaderos sujetos políticos, morales y cognoscitivos. De exigir consciencia y conciencia

lunes, 4 de febrero de 2013

Exposición de Albert Oehlen en Madrid


El trazo superpuesto

La excelente exposición del artista alemán Albert Oehlen que abre el año en La Casa Encendida es un signo más de la importancia de este centro cultural, que ha sabido configurar un perfil propio, y que todos deseamos que siga funcionando con normalidad, a pesar de las dificultades por las que atraviesa la matriz financiera de la que depende. Albert Oehlen (1954) ha sabido a lo largo de su trayectoria desplegar un sentido de la pintura abierto al diálogo con el mundo de hoy. Un mundo de intensa proliferación de imágenes en el que, apoyándose en la intensidad expresiva y en la fuerza de las ideas de las que brota la obra artística, la pintura sigue teniendo mucho que decir.


Sin título [Ohne Titel] (1993). 
Óleo sobre lienzo, 200 x 200 cm. 

Para esta muestra: Conceptos de color modernos, se han seleccionado unos 50 dibujos de formato pequeño y medio, datados entre 1994 y 1999, 9 pinturas de gran formato: óleos fechados en 1993 y 1994 y óleos con collage de 2008, y 2 grandes dibujos al carboncillo de 2012. Viendo el despliegue de las obras, impresiona la coherencia interior y la profundidad expresiva que Oehlen alcanza en todas ellas. Si tuviera que señalar el "hilo rojo" que discurre a través de las mismas, lo situaría en el juego y contraste del trazo, de la línea, con las diversas modulaciones del color, que alcanza su máxima depuración en el trazo desnudo del carboncillo sobre el fondo blanco del papel en las dos obras más recientes.  
En la entrevista a cargo de Christian Domínguez que se recoge en el catálogo queda bastante clara la posición independiente, la afirmación individualista, en la que se sitúa Albert Oehlen. Como señala con rotundidad: "nunca me ha gustado nada que sonara a gremio y siempre quise apartarme de esa senda". Las referencias a Marcel Duchamp, el Surrealismo, el Expresionismo Abstracto y el Arte Pop, además de a su maestro Sigmar Polke, se toman como índices de que la decisión última sobre el valor de las obras artísticas la tiene el espectador, los públicos. Con esa actitud, Oehlen se coloca al  margen de lo ya dado, del agobio de las influencias recibidas, para intentar actuar con la máxima libertad posible. Ahí se enmarca su consideración de que el avance de la pintura hacia el futuro: "soy muy optimista" afirma rotundamente, no depende de materiales, técnicas o mezclas nuevos, sino únicamente de "nuevas ideas".

La madre del velo [Die Mutter vom Schleier] (1994). 
Técnica mixta sobre papel, 42 x 29,7 cm.

El peso fundamental en su trabajo lo lleva la evolución de la línea, que dibuja y libera en el espacio de la representación los aspectos de la experiencia: vistos y no vistos, conscientes y no conscientes, que se ofrecen a nuestra mirada. La línea, el trazo, se perfila así como un vuelo enigmático, como un laberinto a desentrañar y recorrer. En los dibujos y pinturas de Albert Oehlen habita un tipo de expresión enmarañada, llena de desvíos y superposiciones. Expresión enmarañada que nos habla del mundo de hoy, en el que las imágenes, en su proliferación desbordante, nos llegan en todo momento "manchadas", veladas. Un hermoso dibujo, enmarañado y lleno de superposiciones, presente en la exposición, se llama precisamente La madre del velo (1994). Para poder ver, hay que aprender a saber mirar a través del velo y el laberinto expresivo con el que la pintura nos desvela hasta qué punto cuando creemos ver no vemos, en qué medida tan intensa las imágenes mediáticas que nos asedian y rodean son una obturación de la experiencia.

Sudor [Sweat] (2008). 
Óleo y papel sobre lienzo, 270 x 310 cm.

En los cuadros de gran formato, de 2008, en los que se consigue una síntesis magistral de la pintura al óleo con el collage, Oehlen revierte en el plano el volumen y el dinamismo de las imágenes mediáticas, fundamentalmente publicitarias, así como su constante utilización del lenguaje, de la escritura, como fórmula autoritaria. La unidad formal se consigue con lo que Oehlen llama "adhesividad" de los fragmentos de imágenes mediáticas que se pegan sobre el lienzo y la "profundidad" que introduce la pintura. Esa "profundidad", que tacha, corta, invierte y subvierte, que, en definitiva, enmaraña la pretendida limpieza de la imagen mediática, rompe plenamente su fuerza autoritaria, destruye su impacto. La pintura se convierte en interrogación de lo que vemos, en desmontaje irónico de un tipo de representación que se pretende sin fisuras para así imponer y extender su dominio.


* Albert Oehlen: Moderne Farbkonzepte [Conceptos de color modernos]. Comisario, Christian Domínguez. La Casa Encendida, Madrid, del 31 de enero al 5 de mayo de 2013.


PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1078, 2 de febrero de 2013, p. 22.