domingo, 17 de junio de 2012

Sobre la muestra 'Les Maîtres du Désordre'

Inmateriales
Desorden y transgresión


En París, el Museo del Quai Branly presenta hasta el próximo 29 de julio Los maestros del desorden, una exposición que traza interesantes paralelos entre antropología y arte, y que en 2013 podrá verse en Madrid en las salas de CaixaForum. La exposición se articula sobre tres grandes secciones: El desorden del mundo, El control del desorden y La catarsis, en las que se muestran una notable variedad de piezas etnológicas, de los ámbitos culturales más diversos, en confrontación con obras de arte, en la mayoría de los casos contemporáneas.

 Estatuilla Tsogo, Gabón.

Figuras, objetos y tallas ceremoniales, los dispositivos simbólicos de poder antiguamente llamados fetiches, y esculturas egipcias, hindúes o de Dyoniso, el dios griego de origen asiático, y también una pintura del Bosco, se exponen junto a piezas artísticas, casi todas ellas de gran interés y calidad, de Picasso, Jean-Michel Basquiat,  Annette Messager, Paul McCarthy, Mike Kelley, o Thomas Hischhorn, entre otros. Una obra, de 1991, del gran artista francés Ben Vautier, señala de forma terminante: “no hay arte sin desorden”. Es una pena el montaje de la muestra, o “escenografía”, según la terminología que utiliza el Museo, tremendamente efectista, con paneles cortados y estructuras tubulares a la vista,  que busca sugerir a los visitantes un itinerario “iniciático”, pero que acaba molestando y compitiendo visualmente con las obras que se presentan. 

Jean-Michel Basquiat: Exu (1988).

La idea central de la exposición es muy sugestiva: en todas las culturas humanas, el orden de la vida, la organización social y la relación con la naturaleza, se confronta inevitablemente con la ambivalencia, con la negación. De ahí la necesidad de establecer vías de control o dominio del desorden, que habitualmente se establecen a través de figuras simbólicas, dioses o espíritus ambivalentes, que permiten la comunicación entre esos dos planos de la experiencia. A la vez, ese proceso lleva a la existencia de especialistas en la intercesión, mediadores a través de los cuales las comunidades humanas intentan propiciar ese control o dominio del desorden. Son especialistas del desdoblamiento: sacerdotes poseídos, iluminados, chamanes, que además habitualmente conducen los ritos y ceremonias a través de los cuales los seres humanos tratan de alcanzar o restaurar el equilibrio entre ambos planos de la experiencia.
En todo caso, lo importante es la gran diversidad de las vías y figuras de la transgresión y cómo estos aspectos se manifiestan en dimensiones específicas y cruciales. Como la risa y su fuerza de cuestionamiento, puesta de relieve en nuestra tradición de cultura desde la tragedia griega hasta Nietzsche y Bergson. O la fiesta, y su función de abrir un tiempo alternativo al del trabajo y la producción, un tiempo de inversión de los papeles sociales, como podemos apreciar en la Antigüedad en las Saturnales, y posteriormente en el Carnaval, como de un modo ejemplar mostró Mijail Bajtin en su estudio sobre la obra de Rabelais y la cultura popular.

Máscara y traje ceremonial, región de Pernik, Bulgaria.

El comisario de la exposición: Jean de Loisy, actual Presidente del Palais de Tokyo, uno de los espacios institucionales más dinámicos entre los dedicados en París al arte contemporáneo, indica que “la iniciación chamánica” es el hilo conductor del recorrido simbólico de la exposición. Y de ahí se deriva una sugerencia que ya no me parece plenamente aceptable, al menos en términos generales: la identificación de los artistas, particularmente los de nuestro tiempo, con los chamanes, como aquellos a los que la sociedad actual encomienda o permite, a través de ejercicios y propuestas de transgresión, poner en cuestión el orden establecido.

Thomas Hirschhorn: Consecuencia [Outgrowth] (2005).

El auténtico arte: todas las artes, y no sólo las artes plásticas, lleva dentro de sí como elemento constitutivo el signo de la transgresión, el cuestionamiento de cualquier pretendido límite de la expresión o la representación sensible y, en consecuencia, también del orden social y político. Pero no creo que esa función transgresora se pueda identificar con prácticas ceremoniales que se articulan con un sistema de creencias, y convertir así al artista en una contrafigura del chamán, lo que implica darle una dimensión sacerdotal que subordina el arte a la religión, lo reintroduce en el ámbito de lo sacro. El arte es una actividad espiritual y de afirmación del valor de la vida, que en algunos casos y periodos históricos puede transmitir creencias religiosas. Pero su especificidad es otra: precisamente porque es constitutivamente transgresión, transgresión siempre abierta, más allá de la estructura fija de los rituales y ceremonias, más allá también del orden dogmático de las religiones estructuradas en iglesias.  

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1049, 9 de junio de 2012, p. 26.
  

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