lunes, 19 de septiembre de 2011

Ministerio de Cultura

Inmateriales
Ministerio de Cultura

De las muchas cosas preocupantes que han ocurrido en agosto, y la verdad es que han pasado muchas, la que personalmente más me ha preocupado es lo que ha comenzado a decirse sobre la posible desaparición del Ministerio de Cultura después de las próximas elecciones. Si esa medida se consumara, gobierne el partido político que gobierne, sería no sólo una insensatez, sino una auténtica agresión a una de las tradiciones de cultura y patrimonio más sólidas y consistentes de la historia universal.
Los argumentos que se dan para esa posible supresión administrativa son básicamente de dos tipos. Por un lado, se dice que la intensidad de la crisis económica forzaría, por necesidades de ahorro, la reducción de unidades ministeriales, y la de Cultura sería una de las más propicias, por sus limitadas competencias y su reducido presupuesto. Por otro, desde planteamientos nacionalistas, se señala que en la medida en que un importante número de competencias en materia de cultura han sido traspasadas a las comunidades autónomas, lo coherente sería la desaparición pura y simple del Ministerio, eso sí, traspasando su presupuesto a las comunidades.


Es un auténtico fuego cruzado, del que sólo se puede salir situándose en otro plano. La cuestión central es ¿para qué sirve el Ministerio de Cultura de España? Es evidente que el papel y la función de una institución administrativa del grado más alto en la organización del Estado no pueden reducirse a funciones de tutela, subvención, ayuda u orientación de las actividades culturales. El Ministerio de Cultura no es, no puede ser, eso. Tiene que ser la instancia más alta de reconocimiento simbólico y proyección, tanto nacional como internacional, de una riquísima tradición cultural que necesita, a la vez, impulso y protección. Y esas son cuestiones a las que no cabe renunciar por motivos presupuestarios. Lo que los ciudadanos demandan de forma primaria a los políticos en la ejecución presupuestaria es la atención a la sanidad, las prestaciones sociales, la educación y la cultura. El actual y creciente desapego social hacia la política tiene mucho que ver con la desatención a esas dimensiones que forjan el entramado de consenso social fundamental de una nación, de un Estado.
Tampoco valdría, por tanto, como salida decir que se seguirían cumpliendo las mismas funciones, aunque hubiera una "rebaja" administrativa, convirtiendo, por ejemplo, el Ministerio en Secretaría de Estado. Aparte de que el ahorro presupuestario así conseguido sería insignificante, se perdería esa dimensión simbólica de atención del Estado a lo que nos constituye como nación con un perfil propio en la historia, en el pasado como en el futuro.
Disolver el Ministerio, como quieren los nacionalistas, en las administraciones de las comunidades autónomas es un auténtico disparate, y a la larga algo negativo también para ellas mismas. La diversidad lingüística de España, la existencia junto al castellano del catalán, el gallego y el euskera, es un preciadísimo bien cultural, que hay que proteger e impulsar desde el Estado. Ahora bien, la gente del pueblo, en sus costumbres: que son cultura, los artistas plásticos, los músicos, hablan la misma lengua. La tradición cultural de España se articula secularmente en la integración y no en la división, una integración que se proyecta históricamente en todos los rasgos de tradición cultural compartidos con la comunidad iberoamericana de naciones. En lugar de 17 micro-unidades diferentes, que en un plano internacional acaban siendo percibidas como referencias meramente locales, y puedo decir que he tenido numerosas experiencias personales de lo que digo, lo que resulta hoy auténticamente necesario es desarrollar una política cultural de síntesis, modulando especificidades y diferencias, en busca de su proyección universal. En lugar de localismo, cosmopolitismo. Buscar que la tradición cultural de España, en síntesis con las de las naciones iberoamericanas, alcance en el presente y en su proyección de futuro el peso y la fuerza de atracción en el mundo que merece por su intensidad y riqueza.
El Ministerio de Cultura es hoy más necesario que nunca. España con sus distintas comunidades y diversidades es lo que es, por su educación y su cultura comunes.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/), nº 1010, 17 de septiembre de 2011, p. 26.

lunes, 5 de septiembre de 2011

En los márgenes de la Bienal de Venecia: Boltanski, Kiefer...

Signos y marcas del tiempo
La propuesta "oficial" de la 54 Bienal de Venecia es tan  inconsistente, que lo mejor es buscar en los márgenes. Curiosamente, con lo anacrónicos que en principio pueden resultar, en los pabellones nacionales se encuentran este año propuestas de gran interés. Entre ellas, destacaré por su calidad las de Christoph Schligensief (Alemania), Adrián Villar Rojas (Argentina), Artur Barrios (Brasil), Fernando Prats (Chile), Lee Yongbaek (Corea), Andrei Monastyrski y Acciones Colectivas (Rusia), y Thomas Hirschhorn (Suiza). En todos estos casos, se utiliza con inteligencia y empleando un tipo de expresión adecuado la formidable plataforma de presentación y comunicación que la Bienal facilita. Son propuestas rotundas, intensas, capaces de sobrepasar la banalidad espectacular que propicia el "género" bienal, y de permanecer en la memoria. Además de ellas, quiero llamar la atención de un modo especial sobre las muestras de Christian Boltanski y Anselm Kiefer.

Christian Boltanski:  Detalle de Suerte [Chance] (2011).

Boltanski presenta en el pabellón de Francia Chance (Suerte), una exposición que integra cuatro instalaciones, todas ellas articuladas entre sí. Una construcción con tubos metálicos se despliega por todo el pabellón y sirve, también, como nexo plástico de unión. En el primer espacio, una larga cinta de fotografías de recién nacidos corre entre los tubos hasta que suena un timbre y, de forma aleatoria, por la acción de un ordenador la cinta se detiene en la fotografía de un bebé concreto. En el espacio 3, los rostros de 60 recién nacidos polacos y 52 suizos muertos, cortados en tres partes, fluyen a gran velocidad en una pantalla, formando cerca de un millón y medio de seres híbridos. El visitante puede formar nuevos seres apretando un botón. Si, por azar, se unen las tres partes correspondientes al mismo rostro, suena una música y el visitante gana una obra que le será enviada por el propio Boltanski. En los espacios 2 y 4 encontramos dos contadores electrónicos de gran formato en los que aparecen, en rojo, el número de las personas que mueren en el mundo, y en verde, el de las que nacen. Como media, cada día hay unos 200.000 más niños que nacen que seres humanos que mueren.

 
Christian Boltanski:  Detalle de Suerte [Chance] (2011).

Hermosa obra, llena de sugestión y de poesía, y muy bien construida plásticamente, con materiales y soportes que hablan tanto de la condición mecánica como digital del mundo de hoy, Chance es una interrogación sobre el azar y su dominio sobre la vida y la muerte humanas. Si Mallarmé había ya establecido el carácter incontrolable del azar, de la suerte: "Una tirada de dados nunca abolirá el azar", Boltanski prolonga su estela, la estela del azar, en una ensimismada interrogación metafísica: ¿por qué nacemos?, ¿por qué morimos? Para plantear, como respuesta, que lo que somos, nuestra vida, es el resultado del azar. El propio Boltanski nos dice: "si mis padres hubieran hecho el amor un segundo antes, yo habría sido diferente". Otra forma, plástica y conceptual a la vez, de cuestionar las pretensiones sustancialistas de la identidad, del yo, y de llamar la atención sobre la fragilidad de la existencia y el tenue hilo de la memoria que tejemos en el curso de la vida.

Anselm Kiefer:  Arca [Arche] (2011).

En el Magazzino del Sale, el hermoso espacio de la Fundación Vedova, y entre las muestras programadas de forma independiente respecto a la Bienal, Anselm Kiefer presenta Sal de la tierra, una instalación específicamente concebida para dicho espacio. La instalación consta de tres componentes: Athanor, que contiene un conjunto de elementos diversos en una vitrina, Arca, una obra que sobre una superficie de plomo integra en volumen unos pequeños raíles y un barco, y La sal de la tierra, una serie de fotografías de paisajes sobre láminas de plomo sometidas a un proceso de electrolisis que las ha cubierto con una pátina verde. Todo el sentido de la propuesta remite a la alquimia, a la transmutación de los minerales y al papel de transformación que juega también la sal, aludiendo a la vez al uso histórico de los espacios que acogen la exposición.

Anselm Kiefer:  Una de las fotografías de La sal de la tierra (2011).

Sal de la tierra es un registro alegórico de la voluntad de acelerar el tiempo que, en palabras del propio Kiefer, constituía el núcleo de la ideología alquímica: "la aceleración del tiempo, como en el ciclo plomo-plata-oro, que necesita sólo tiempo para transformar el plomo en oro". De ahí el papel central que Kiefer otorga al plomo, que considera "un material para las ideas". El color verdoso y el carácter fluido que adquieren las imágenes nos hablan del carácter fluido del arte y de la vida. Igual que en la alquimia, la obra no sería tanto un fin en sí mismo, sino un catalizador de nuestra propia transformación. También aquí, en el arte como signo del proceso de transformación interior, encontramos las huellas del paso del tiempo, la coloración verdosa de la memoria.

- Publicado, en español y en inglés, en art.es, nº 45, julio 2011, pp. 89-90.