lunes, 28 de marzo de 2011

Los velos de la carne (exposición "Lucas Cranach y su tiempo" en París)

Inmateriales
Los velos de la carne
José Jiménez

Maravillosa exposición la que el Museo del Luxemburgo, en París, consagra al gran pintor renacentista alemán Lucas Cranach (1472-1553).  Hijo y padre de pintores: se le conoce con el apodo de "el Viejo" para distinguirle de su hijo, llamado también Lucas, en este caso "el Joven". Cranach forma parte de una extraordinaria generación de artistas, entre los que destacan Hans Baldung Grien, Matthias Grünewald y, sobre todo, Durero, quien sin duda ejerció una importante influencia, tanto temática como estilística, sobre él. Aunque están también fuera de duda el fuerte carácter personal y la excepcional calidad de su obra. El comisario: Guido Messling, ha reunido 75 obras de Cranach y de otros artistas contemporáneos, que nos restituyen una profunda visión de la época, en un montaje íntimo y nada grandilocuente que permite un magnífico diálogo del espectador con las piezas.
Nacido en la Alta Franconia, en lo que es hoy una de las siete regiones administrativas del estado alemán de Baviera, Cranach inició su trayectoria como pintor en Viena, donde estuvo activo entre 1500 y 1504. Al año siguiente, fue  nombrado pintor oficial de la corte del Príncipe Elector de Sajonia, Federico el Sabio, quien se convertiría en su protector. Durante casi cincuenta años, Lucas Cranach estaría a su servicio y al de sus sucesores. En 1508, como recompensa a sus servicios, recibe como blasón la figura de una serpiente alada, que desde entonces utilizaría como firma de sus obras. Tras la muerte en 1537 de su hijo Hans durante un viaje a Italia, modificaría la figura representando a partir de ese momento a la serpiente con las alas caídas. En más de un sentido, Lucas Cranach anticipa a Rubens. Recibió encargos de carácter "diplomático" de Federico el Sabio, y viajó por Europa, entre otros lugares a Flandes, donde gobernaba Margarita de Austria, cuya corte reunía a destacados hombres de letras y artistas. Y también, de forma similar a lo que pasaría tiempo después con Rubens, el éxito público y la demanda de sus obras llevaron a Cranach a organizar su taller para poder dar respuesta a la misma. Su hijo Lucas lo dirigiría durante largo tiempo después de su muerte.
La muestra permite apreciar la dignidad que Cranach se atribuía a sí mismo, como pintor, tomando como punto de partida su Autorretrato, de 1531. Las obras de carácter religioso destacan por su composición abigarrada, por la capacidad de Cranach en la modulación de las escenas, así como por su intensidad cromática. Destacable es, también, la calidad de sus retratos, entre ellos los de Federico el Sabio, Margarita de Austria, Philipp Melanchthon o Martín Lutero, y que nos dan en su vivacidad todo un fresco de la época. Cranach llegaría a ser amigo de Lutero, e ilustraría su versión de la Biblia (1534).

Lucas Cranach, "el Viejo": Alegoría de la Justicia (1537).
Óleo sobre tabla, 74 x 52 cm. Colección privada.
Viendo sus obras, se puede percibir en todas ellas la centralidad de la representación de la carne, del cuerpo humano. Aunque lo que más atrae a nuestra sensibilidad actual son sus representaciones de figuras femeninas, dotadas de una fuerza y energía especiales. Es impresionante el aliento erótico que fluye de las mismas. Incluso cuando se trata de exaltar la pureza y la fidelidad matrimonial, como en el caso de la figura de Lucrecia, el desnudo entre las pieles, el cuello y el pecho descubiertos con joyas, y la mano que sostiene el puñal nos sitúan en ese ámbito para el que Georges Bataille acuñó la fórmula de "las lágrimas de Eros". Una dimensión fetichista aparece claramente en el cuadro que representa a Venus desnuda, pero con un sombrero, frente a un pequeño Amor también desnudo. Adán y Eva (hacia 1510), La Ninfa de la fuente (1537) y, sobre todo, la Alegoría de la Justicia (1537), expresan la exaltación del cuerpo desnudo, especialmente del femenino, en una vertiente de acusada sensualidad. En las dos últimas pinturas mencionadas, auténticas obras maestras, Cranach juega con tenues veladuras superpuestas a la carne: el deseo nos induce a mirar, a intentar ver a través. En una época de intenso rigorismo moral, este gran pintor de la carne mórbida da cuerpo y figura a la llama del deseo.


PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/),  nº 990, 26 de marzo de 2011, p. 28.

lunes, 14 de marzo de 2011

La vida de los otros (Para una crítica de la imagen mediática)

Inmateriales
La vida de los otros
José Jiménez

No me refiero, con el título, a la excelente película de Florian Henckel-Donnersmarck que describe el espionaje al que la "Stasi", la temida policía política de la desaparecida República Democrática Alemana, sometía a los sospechosos de disidencia, con sus terribles y dramáticas consecuencias para la vida de las personas. Me refiero a otra cuestión, que tenemos cada día ante nuestros ojos, y que solemos dejar pasar sin decir nada, entre la indiferencia y la sensación de impotencia. Hablo de la proliferación, del crecimiento vertiginoso que hace que incluso cada vez sea más difícil evitar que una vez y otra te salga al paso, eso que con un hipócrita eufemismo se llama información (?) o prensa "del corazón".
En esta España tan llena de dinamismo y vitalidad, a pesar de los índices negativos que reflejan la dureza de una crisis que arrebata la esperanza a los que ni siquiera pueden trabajar y a los jóvenes que son el futuro, tenemos en cambio el dudoso honor de ocupar el primer lugar en plataformas y espacios dedicados a ese tipo de información (?) entre las naciones de nuestras características y cultura. No sólo hay programas "especializados" en televisiones y radios, junto a publicaciones enteramente dedicadas a ello: todos conocemos sus nombres, sino que en los medios de información general se han introducido secciones dedicadas a esas cuestiones, que cada vez ocupan más espacio y se les da más importancia, con la edición incluso de suplementos "especializados". Términos como "gente", "estilo", "famosos", "lujo", "glamour" y, sobre todo, "corazón", este último con todo tipo de repeticiones y combinaciones con otras palabras que refuerzan su intención, proliferan hoy en todos los soportes de nuestras industrias de la información. Piensen, en cambio, en la incesante reducción en todos los medios, también sin excepciones, de los espacios dedicados a la educación, la ciencia y la cultura, rúbrica, esta última, que cada vez se confunde más, a su vez con la "cartelera de espectáculos" y con la vida social de la gente del espectáculo, subgénero chic en el planeta de los "famosos".
Aun a costa de resultar ingenuo, debo confesar mi desilusión ante todas las empresas y cadenas, lamentablemente sin ninguna excepción, que permiten este estado de cosas. Ya sé, naturalmente, la respuesta inmediata que me darían, si es que quisieran hacerlo: las empresas dan lo que la gente pide, si no hubiera demanda social, nunca se le daría ese espacio a las noticias (?) sobre el corazón. Pero ese tipo de respuesta es tan sólo una falacia. Además de que, desde un punto de vista moral, no hay justificación para aceptar cualquier tipo de demanda social, sabemos de sobra que son los propios medios de comunicación de masas los que en nuestro mundo intensifican y canalizan las necesidades de la gente. Mi desilusión se extiende también a los propios periodistas, quienes entiendo que debieran establecer un código deontológico que evitara ese tipo de situaciones, a través de sus consejos de redacciones y demás vías de participación en empresas que son de interés público.
Porque la cuestión central es esa: en una sociedad democrática, los medios de comunicación deben servir al interés público, transmitiendo información y contrastando la pluralidad de opiniones acerca de las cuestiones que afectan a la vida de la comunidad y a la marcha del mundo. Convertir acontecimientos de la vida privada de ciertas personas en fenómenos de interés público (?) es una auténtica tergiversación de los nobles fines que deberían siempre inspirar la estructura y la tarea de los medios. Mucha gente sencilla, sin defensas, acaba viviendo en la exaltación o en la compasión, meramente reflejos, de acontecimientos privados de las vidas de esos que se llaman "famosos", sin que en la gran mayoría de los casos haya el más mínimo motivo para darles ningún valor de ejemplaridad social. De modo que mucha, muchísima gente, vive en un auténtico estado de alienación, sin vías para pensar, para poder formar un pensamiento crítico. Viven en un mundo de fantasmas, de sombras, en el universo del espectáculo, la vida de los otros.

PUBLICADO EN: ABC Cultural (http://www.abc.es/),  nº 988, 12 de marzo de 2011, p. 26.